Domingo XVII del Tiempo Ordinario


Amigos míos y hermanos en la Fe:

Jesucristo no quiere dejar cabos sueltos, en su intento de hacer entender el mensaje de vida y salvación que vino a traernos y, por ello, continúa enseñando a través de parábolas, que significa ese Reino al que estamos llamados por la Fe y las buenas obras. No solo por la Fe; sino también por las buenas obras, porque “si no hay obras, la Fe está muerta”, como afirma la Sagrada Escritura.

Tres nuevas parábolas nos presenta Nuestro Señor para este Domingo que amanece: el Tesoro escondido en el campo, la perla preciosa y la red del pescador. Las tres, llevándonos a meditar en el modo de vida que queremos adoptar, respecto a la Persona de Dios y su Mandato del Amor.

Si estamos dispuestos a dejarlo todo, aún siendo cosas buenas y lícitas para nosotros, por seguir al Maestro, a Él. Si así lo hacemos, nos promete que, al final de los tiempos estaremos en la “Cesta de los peces buenos”, en los que son provechosos y apetecibles para estar en la Mesa del Rey de reyes, o sea, en el Cielo.

Por eso mismo, uno vendió todos sus bienes para quedarse con el campo que tenía aquel tesoro enterrado, el otro vendió todas sus perlas para comprar la espléndida que encuentra, y ambos, se encuentran felices por la adquisición que mereció la pena dejar tantas otras cosas buenas que poseían. Por eso mismo, ser cura, consagrada o matrimonio católico, exige renuncias claro, pero lo que se obtiene es mucho más valioso que lo que antes se podría poseer: para los curas, “esposa, hijos, tierras, padres”; para las órdenes religiosas, “Libertad de hacer lo que quisieran, poseer bienes propios o ‘ancha es Castilla’, en cuanto a la pureza”; y para las familias cristianas, dormir una noche del tirón, ir <<picando de flor en flor>> o un perro en vez de estar abiertos a la vida.

Pero digo yo ahora: ¿y lo que hemos ganado dejando todos tan poca cosa, por seguir a Cristo, la Perla más Valiosa que se pudiera desear? Eso no tiene ni tendrá comparación jamás. No puede tenerla. Cristo llena la vida del que se pone a su disposición y según sus Mandamientos, pero el que se sirve sólo a sí mismo y a su ombligo, se queda seco, no puede producir, porque no “bebe de las Fuentes de Vida Eterna” y ve al prójimo como a un rival a vencer, superar o pisotear si hiciera falta; “no será así entre vosotros (los creyentes)”, como nos dice el Señor. Nosotros a otra cosa, que gana el cielo: primero, ¡la oración!

¿Qué pidió Salomón al Señor siendo un jovencísimo rey de Israel? Nos lo cuenta la primera lectura de hoy en el libro de los Reyes:”dame un corazón dócil,…para discernir el bien del mal”. Está pidiendo para su pueblo!!! Para sus compatriotas!!!! No para el mismo y sus necesidades. No pidió vida larga, riquezas o muchas mujeres, (salud, dinero y amor, vaya).

Así que esa oración agradó a Dios y lo hizo “tan Sabio que no ha habido otro antes, ni lo habrá después”. Hasta la Reina del Sur, de Sabá, llegó a conocer esa sabiduría que se había hecho famosa en todos los rincones del mundo conocido entonces. 

Así que, hermanos, dejemos de pedir “quincalla” al Señor y aprendamos a rezar diariamente para obtener santidad, fidelidad a la vocación regalada por Dios a cada uno, y virtudes para hacer bien a los que nos rodean y a la Iglesia, “Reino que ya ha comenzado” y será eterno en el más allá de la muerte; porque la Vida Verdadera no está en esta tierra, con fecha de caducidad, que conocemos, sino en la que no vemos, que es “garantía de calidad”, puesto que El que nos la quiere regalar, tiene poder hasta sobre la muerte, ¡porque está Resucitado!

¡Feliz Domingo y Feliz Día del Señor!