Domingo XIV del Tiempo Ordinario


En cuántas familias que vivían la Fe sin cafeína y sin sal, hemos visto surgir vocaciones de catequistas, sacerdotes

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El taller de Nazaret.

Queridos hermanos:

Hoy nos toca meditar y aprender de ese refrán que ha quedado en nuestro argot, tomado de la Sagrada Escritura:”ningún profeta es bien recibido en su tierra”.

Muchas veces lo hemos escuchado y aplicado a infinidad de situaciones de la vida cotidiana pero, hoy, lo vamos a enmarcar en el contexto en que el Señor habla estas palabras dolido de la incredulidad de sus mismos paisanos en Nazaret.

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El taller de Nazaret.

Nos narra el Evangelio que el Señor iba de pueblo en pueblo, anunciando el reino y es cuando llega a su cuna y al pueblo donde se crió y de donde salió para la misión, donde empiezan a murmurar de su enseñanza, de su sabiduría, de su persona, despreciándole como el hijo del carpintero y pariente de otros muchos sencillos de allí. Ese desprecio rompe el Corazón de Cristo, hiriéndole en lo más profundo y haciendo que se marchara a otro lugar, no sin antes “curar algunos enfermos”; o sea, su venganza es seguir curando y haciendo el bien.

Y nosotros, cuando somos heridos, despreciados de los nuestros quizá por la misma razón que el Señor, nos parece que se termina el mundo y hemos de negar todo bien a esas personas. Al contrario, frente a ese dolor, sigamos anunciando, animando, haciendo el bien, insistiendo a tiempo y a destiempo que, la semilla sembrada, dará fruto a su tiempo.

Por eso, la primera lectura de Ezequiel nos anima así “te hagan caso o no, sabrán qué hubo un profeta entre ellos” y, quizá, algún día reaccionen y cambien de vida a mejor.

Lo nuestro es predicar, lo demás que lo haga el Señor, que es el Poderoso.

En cuántas familias que vivían la Fe sin cafeína y sin sal, hemos visto surgir vocaciones de catequistas, sacerdotes, religiosas, misioneros, matrimonios abiertos a la vida, jóvenes coherentes con la vida que Cristo pide, niños enamorados del sagrario,…¡milagros!, porque no podemos llamarlo de otra manera. Y unas veces, han sido arropados y acompañados pero, ¡cuantas han sido despreciados y ninguneados! con la aserción categórica y este, “¿de donde ha salido que no parece de los nuestros?”.

Han salido del mismo pecho de Dios, que hace salir hijos de Abraham de las piedras y que hace prender la fe en quienes menos pone confianza este mundo que quiere sofocar el Evangelio y exterminar a los que lo anuncian, con el desdén o el descrédito.

Pues nada, confiados en Cristo nos metemos en la refriega, como dice el salmo aquel, porque es del Único del que nos podemos fiar sin temores y el que puede hacer que nuestro ministerio sea llevado a buen puerto, cada día, hasta el final.

Anímate cuando te desprecien por ser un profeta, porque te estarás pareciendo un poco más al que te llamó a su servicio, a su Iglesia, a su Corazón y al cielo.

Feliz Domingo, feliz día del Señor.