No sé a quién creer


Hoy empiezo con gran dolor de corazón por la cantidad de fallecidos (que no sabemos realmente cuál es) que hay en España a consecuencia de este maldito virus. A pesar de que parece que van bajando las estadísticas, (tampoco sabemos si esto es cierto del todo) son muchos, muchísimos los que cada día dejan su vida por él. Mi más rendido homenaje para ellos, sus dolientes familias y amigos, así como las de miles de ellas que están sufriendo el contagio y sus enormes consecuencias.

Consecuencias que vamos a tener que soportar a todos los niveles, sociales, políticas y sobretodo económicas y que no sabremos cómo afrontar, ya que de momento desconocemos lo que ocurrirá, las medidas que van ofreciendo hoy, mañana se presentan de manera diferente.

Cantidad de opiniones sobre cómo saldremos de ésta, si será pronto, tarde, solos, en pequeña compañía, para el verano o después de él; si habrá playa o pasaremos los meses de calor en casa con el aire acondicionado. Y yo, he de confesar que todo esto me está sobrepasando. No sé qué noticias acoger como verdaderas, cuales no. Hoy sale una autoridad diciendo una cosa y a los pocos minutos otra la desmiente. No sé muy bien qué está pasando ni a quien creer.

Por eso he decidido no abrir hoy más las redes sociales, y ni tan siquiera escuchar telediarios. Las noticias o son las mismas de las últimas jornadas o lo que se dijo ayer hoy es todo lo contrario. No salgo de mi asombro.

De momento, no tengo el ánimo para seguir hablando del coronavirus, de guantes, mascarillas, aplausos, resistir, esperanza y un sinfín de cosas que vienen siendo el día a día en estas últimas semanas. La obsesión por lavarnos las manos, de ponernos los guantes antes de salir a la puerta de casa, la mascarilla, el no tocar nada, procurar no encontrarnos con nadie, achuchar a la puerta con el hombro, no, con la mano del guante, no dar al número del ascensor, etc…está superándonos con creces.

Hoy quisiera pensar que pronto, muy pronto, esto irá terminando y quedando en nuestras mentes como una auténtica pesadilla, como algo que un día recordaremos pero que ya casi hemos olvidado.

Que pronto podremos salir a visitar a nuestra familia y amigos y aunque sea en una casa, tendremos la posibilidad de vernos y compartir un rato de charla y con mucho cuidado, con todas las precauciones oportunas, volver a retomar las costumbres que un día tuvimos antes de este mal momento.

Y hasta de esto dudo, ¿es realidad, estamos viviendo un mal sueño, no sabemos cuándo ni cómo va a terminar? Lo cierto es que parece una película, de las malas, de las que nos angustian de principio a fin, y llega un momento en que es necesario despertar, o saber. Saber que hay gente preparada y preocupada por tomar las determinaciones oportunas ante lo que estamos viviendo y no solamente por mantener la posición que ocupan en este momento. Que están estudiando las consecuencias gravísimas que se darán en todos los ámbitos y prever qué soluciones se pueden ir adoptando ya para que no nos ocurra como con la pandemia, que avisados estaban, pero no lo quisieron ver.

Que el virus no es culpa de nadie (otra cosa que no sé si creer) aún pudiera ser defendible, pero que las consecuencias a las que hemos llegado y llegaremos sí tienen responsables es más que cierto.

Yo hoy pediría que se pusieran manos a la obra todos los que están en la jerarquía y estudien soluciones eficaces para que la recuperación de la violenta crisis sea lo más eficaz posible.

¿Sería posible creer que lo harán?