Hombres buenos e inteligentes


Debo tener debilidad por el apellido. Siempre he sido bellidista. Antes lo fui de Enrique y ahora de José María. Son Bellidos de diferente cepa, pero no muy distintos en sus cualidades. Comparten la templanza, la racionalidad y la alegría de vivir. El primero fracasó en el oficio, pese a llegar a senador, que es una forma honesta de pasar por la política sin tocarla ni mancharla. Pretendió la reconciliación interna de su partido y darle la voz a los afiliados. En consecuencia,  lo echaron. No acabó de entender porqué lo hacían y aún estuvo un tiempo haciéndole la ola al malvado Arenas. Recaló en Ciudadanos con prístina ilusión antes de que Rivera se convirtiera en un césar frustrado. No sé si, a la vejez viruelas, ve en Arrimadas el sueño romántico que yo veo en Cayetana. Nuestro futuro se escribe con nombres de mujer que no entienden el feminismo cateto de Carmen de Cabra, que indefectiblemente tira al monte. Todos los partidos son iguales, al cabo, pero somos contumaces y reincidimos en la esperanza, tal vez para envejecer más lentamente. De hecho, todavía nos ilustra Enrique con sus artículos pulcros, serenos y ya a menudo escépticos. Me gustaría que volviera al Senado, ahora que tiene la edad preceptiva, preferiblemente con Vox, y se hiciese el harakiri, como los cuarenta de Ayete, para liberar a España, en este caso, de la autonomías.

El segundo Bellido inicia en estos días su andadura triunfal. Ha conseguido la alcaldía de Córdoba con el peor resultado electoral del PP en los últimos veinticuatro años, pero a nadie parece importarle, porque a nadie debe importarle. Vuelven a ser dieciséis concejales, aunque no sean propios, pero son de la derecha, y él es el líder indiscutible. Hasta Isabel Albás muestra un entusiasmo de colegiala a su lado e incluso Badanelli, que es más lista que prudente, sabe que es un Abascal sin barba y con más caballos, ahí tiene Cabalcor. La otra oposición, la que debería ejercer como tal, no existe todavía. Ambrosio siempre fue un personaje en busca de autor sin encontrarlo. Ahora sabe que está fuera de mercado y solo quiere desaparecer, a ser posible, incruentamente. Por lo que respecta a Pedro García, no duden de que se perderá en Cuba en uno de sus viajes vacacionales. Podemos está renaciendo, y con tanta inocencia, que no sería un disparate que el mismísimo alcalde pactara con ellos asuntos sociales.

Todo el mundo está, pues, de acuerdo en ponderar su talante y en que ha ganado las elecciones porque daba más confianza que los otros candidatos, que no daban ninguna. Yo presentía desde antiguo, incluso en tiempos del incontestable Nieto, que Bellido sería alcalde, y de ello dejé constancia por escrito. No quiero, en todo caso, ponerme medallas que ya no me han de servir para que me contraten de asesor. Pero lo cortés no quita lo valiente. Y por ello puedo añadir que solo tuve una duda una vez sobre la idoneidad de José María Bellido para presidir nuestro ayuntamiento. Fue cuando vi en su lista a Juan Miguel Moreno Calderón de número ocho y supuse que no había querido otro puesto, después de haber sido el único concejal de Cultura de la derecha que ha epatado a la izquierda. Me dije que sólo un catedrático es capaz de ser humilde en política y me dije otras muchas cosas. Por ellas imaginé que Juan Miguel hubiera sido el alcaldable y la idea me pareció brillante y vi a Cordoba representada con la altura de miras que merece. Desde los pitagóricos acá sabemos que la música es precisa como las matemáticas. Era la filosofía que hacía un mismo proyecto del conocimiento, de la belleza y de la bondad.

Moreno Calderón es un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno. Pero sin recrearse en el machadiano autobombo. Tal vez porque también sea un intelectual y considere que la bondad no tiene buena prensa en política y menos aliada con la intelectualidad. En política, los buenos tienen poco recorrido. Todo el mundo los considera tontos. Los tontos de verdad, en cambio, solo aspiran a parecer buenos y a veces lo consiguen. Un hombre bueno e intelectual a la vez es algo muy infrecuente en política. Juan Miguel posee esa rara dualidad. Su corazón, ya sea por exceso de sentimiento o por exceso de entendimiento, lo había advertido. Y ha elegido irse con la misma elegante discreción con la que ha estado. Bellido lloró en su despedida. Quizá esas lágrimas corroboren la madurez de un político.