María Luisa


 

La recuerdo girando como un planeta joven. No he visto a nadie bailar como ella. Tenía el don de la danza, pero también el de la sonrisa y el de la sonrisa de los ojos, que es superior al de los labios porque se expresa con las estrellas. Cuando María Luisa bailaba todo era feria, todo era Sevilla y los de Córdoba nos dábamos cuenta de porqué Sevilla es madre y maestra.

 Ahora se nos ha muerto, elegida por los dioses probablemente, a través de esa enfermedad cruel que  te va quitando el movimiento mientras te deja intacta la sabiduría. Enfermedad que mata la juventud al tiempo que te permite envejecer con la conciencia plena de lo que es la vejez. No hay peor enfermedad que la que te manifiesta lo que vas a dejar de ser como en una película. Ella se percibió, pero no perdió la sonrisa, ni en  los labios, tal vez protocolarios, ni en  los ojos, que siguieron anidando estrellas. No obstante, María Luisa cumplió estrictamente lo esperado, esos cinco años que prescribe la ELA y los médicos que casi nada saben de ella. Durante ese tiempo bajó a los infiernos que conocemos los hombres y, como dijo Fernando Cruz Conde en la sentida homilía de su funeral, se crucificó con Cristo hasta encomendar su espíritu al Padre. María Luisa era cristiana y de Triana, que es como ser pluscuamperfecta. Vino a Córdoba, casada con un militar, a descubrirnos a los cordobeses unas ordenanzas de alegría que no cumplimentábamos en nuestros peroles. Ella proporcionó un ritmo a nuestra existencia que tal vez nos hizo algo más felices de lo que nuestras circunstancias personales preveían. Por eso tuvo tantos amigos, por eso la queríamos tanto.

 La ELA es la más pérfida de las enfermedades, pero no es cierto que anule a la persona, tal que dicen muchos, sin duda con la mejor intención. La ELA acaba con todo menos con la persona. El enfermo de ELA mantiene la personalidad a la vez que va perdiendo su capacidad motora. De hecho, es cada vez más persona y, al cabo, es únicamente persona. La persona exenta es lo que queda de una enfermedad que se manifiesta como si la naturaleza se separara de ti y te dejara, antes de tiempo, al libre albedrío de tu alma. No sé si los pacientes de ELA lo entenderán así. Mi amigo Enrique Aguilar nos dejó hace unos meses y me consta que hasta el último aliento quiso ejercer de lo que era: intelectual y profesor. Acaso sea más fácil sobrellevar la ELA si piensas que todo está en el pensamiento. El caso de Hawking habrá ayudado a muchos. Aunque la soledad sea más grande que el pensamiento.

  Pero también el ser es más grande que el pensamiento. Existo, luego pienso. Aguantar la existencia con el solo pensamiento quizá sea lo que nos hace animales racionales. Supongo que los enfermos de ELA nos dan esta enseñanza definitiva. Ser aunque casi no estén o estar aunque casi no sean.

Dentro de un mes, un cordobés de Fernán Núñez, Miguel Ángel Roldán, atleta enfermo de ELA, subirá a la cima del Teide, desde la orilla del Atlántico, junto a un compañero de la misma condición, Jaime Lafita, ambos en ese periodo en el que todavía cabe la esperanza, portando dos mensajes de otros tantos que ya no pueden físicamente afrontar la aventura y que, por ello, simbólicamente, los abandonarán en sendas botellas a la mar. Dirán lo que tengan que decir. Que Dios los proteja, que la fuerza los acompañe y que el espíritu de María Luisa los haga bailar, allí en la cima de España, lo mejor de nuestra patria en la más feliz expresión del ser humano.

Artículo anteriorDomingo XXVI del Tiempo Ordinario
Artículo siguienteRemontada del Córdoba Patrimonio y a la final
Nacido en Linares, en la misma habitación donde murió Manolete. Cordobesía obliga. Licenciado en Historia, empleado público, rentista vocacional, cofrade nada ejemplar y experto en peroles. Aficionado a opinar. He sido colaborador de ABC de Córdoba, de la Cope y de los extintos periódicos locales Nuevo Diario y La Información. Soy liberal de toda la vida, por lo que me llaman fascista con cierta frecuencia. Estoy casado, tengo tres hijos, dos perros y un gato. He escrito un libro y he plantado varios árboles. Vivo en una parcela clandestina. Hay otra forma de vivir, pero no es tan divertida ni tan cordobesa.