¡No se olviden de los pobres!


El próximo 17 de octubre se celebra el día internacional de la erradicación de la pobreza. Para mantener viva la conciencia y provocar la corresponsabilidad en este trágico y funesto drama que viven millones de personas en el mundo, la Delegación diocesana de Apostolado Seglar, Acción Caritativa y social, Migraciones, Secretariado de Pastoral Obrera, Manos Unidas, Movimientos de Acción Católica, nos invitan a participar en una marcha desde la plaza de las Tendillas hasta la parroquia de San Nicolás.

Cartel animando a luchar contra la pobreza./Foto: LVC
Cartel animando a luchar por los pobres./Foto: LVC

Se llega al hastío al escuchar innumerables peroratas de aquí y de allá, grandilocuentes discursos en organismos internacionales y, más cerca, movimientos ideológicos que se han envuelto en la bandera de los pobres como patrimonio para contaminar, en las más de las veces, la paz social, y violentar a quienes sí trabajan silenciosamente cada día a favor de los más pobres. Sin utilizarlos para justificar prebendas o subvenciones a agentes sociales que no se les conoce ni oficio ni beneficio y, con ello, mantienen vivas las filas de los movimientos que muy poco aportan en la lucha por la dignidad de los que están en riesgo de exclusión, salvo el discurso. Algo es algo, porque estos movimientos ideologizados, por lo menos, siguen recordando a una sociedad hedonista, utilitarista…, el muladar de indignidad que estamos generando la mayor parte de la población que solo miramos nuestro propio bienestar olvidándonos de tantas y tantas personas que viven una existencia penosa, una existencia de marginalidad negada a cualquier esperanza de transformación.

Esta maravillosa ciudad de Córdoba esconde en sus periferias y en su casco histórico familias que están sufriendo la lacra de la pobreza y la monstruosidad de la exclusión. La organizaciones convocantes de esta marcha nos informan que una de cada cinco personas está en riesgo de exclusión social en nuestro país. La incidencia de la pobreza en Andalucía es una de las más altas de toda España, casi un 42,3 %. La población infantil cobra mayor protagonismo: el 51,1% está en riesgo de pobreza en Andalucía. Más de 3,5 millones de andaluces viven en riesgo de exclusión. Familias que día a día despiertan con el dolor de no saber qué podrán llevarse a la boca, ni agua o luz porque se la han cortado. Con ese espíritu se asoman a nuestras calles solicitando un empleo, encontrando un simple encogimiento de hombros o “un lo tendré en cuenta”, ¡cuántos desearían al menos un trabajo incluso indigno con tal de poder alimentarse y conseguir algo de vestido! ¡Cuántos vuelven a su hogar con el temor de haberse visto privados de un techo porque han sido desahuciados! En tanto, los poderes públicos aumentan la carrera de los recortes sociales, no obstante dejan asegurados sus suculentos emolumentos ya sean de derechas o de izquierdas, porque ni a unos ni a otros aún los he visto proponer un recorte de sus sueldos y los gastos innecesarios de las administraciones públicas. Pero sí, se animan a crear guetos donde esconder esta tragedia para que no afecte a la estética de la ciudad ni cuestione nuestro diabólico modo de vivir. Hacen aportaciones económicas con carácter paliativo pero difícilmente ponen en marcha verdaderas políticas sociales en pro de la promoción humana y generan espacios y tiempos donde los más pobres puedan por sí mismos hallar la salida de la caverna en la que están encadenados.

Siempre hay motivos para la esperanza y para confiar en el ser humano. La tan denostada Iglesia mantiene vivo su compromiso y su opción preferencial por los más pobres. Y hay quien dirá que no toda la Iglesia. Pues yo le digo que sí es toda, unos más en la vanguardia y otros sosteniendo a aquellos que están en el día a día dejándose la piel por nuestros hermanos más débiles. En el tiempo de la adversidad, quien sale al encuentro del rostro del pobre en su carne son las comunidades cristianas. Haciendo vida aquellas palabras del padre Pedro Arrupe: “No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas”. Sintiéndose no solo como la posibilidad de una solución sino también como la causa del dolor de la pobreza: “Llorar por la miseria de los demás no significa solo compartir sus sufrimientos, sino también y sobre todo, tomar conciencia de que nuestras propias acciones son una de las causas de la injusticia y la desigualdad” como afirmó el Papa Francisco.

Por ello, toda la Iglesia merece el reconocimiento de su fidelidad al evangelio no exenta también de sus muchos pecados. Pero no podemos negar lo evidente, el trabajo de estas organizaciones eclesiales convocantes de la marcha contra la pobreza ni tampoco los hombres y mujeres con nombres concretos que en sus parroquias acogen con inmensa generosidad y ternura a los hermanos que demandan ayudas; la multitud de niños, jóvenes, adultos, ancianos que comparten lo poco o mucho que tengan cada domingo en la celebración de la Santa Misa poniéndolo a disposición de la comunidad para atender a todos los pobres sin mirar su condición, ni su fe, ni su ideología… simplemente ver en ellos el rostro de Cristo pobre y abriéndoles las puertas de una gran familia que les haga sentirse personas en toda su dignidad como afirma el Santo Padre: “No solo ustedes van al encuentro, no solo caminan ustedes con ellos, esforzándose por comprender su sufrimiento, entrar en su desesperación, sino que suscitan en torno a ellos una comunidad, restituyendo en ellos una existencia, una identidad, una dignidad”.

Y como dice el dicho “hay gente para todo”. Por lo tanto, lo fácil es echar balones fuera y cargar a otros con las miserias de la humanidad, especialmente en aquellos que sí están convencidos de la necesidad de que el mundo se transforme, cambiar las estructuras y que estas sean evangélicas. Por ello, sin desfallecer, hay que seguir caminando, digan lo que digan, a la luz del evangelio, esforzándonos por ser una Iglesia pobre y con los pobres. Claro que poseemos un patrimonio incalculable y al que somos invitados por muchos a desprendernos para así solucionar el problema del hambre. Eso no dejan de ser manifestaciones motivadas por la ignorancia o por la pura demagogia de los que quieren servirse de los pobres. Eso no soluciona nada porque no cambia el corazón del hombre. Y la Iglesia es mera administradora de un bien universal que debe cuidar y custodiar y por ello no dejar de ser una Iglesia pobre y con los pobres. El Papa Francisco lo expresa de un modo mucho más ejemplar que este servidor de ustedes: “ante todo, vivir el Evangelio es la principal contribución que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada: no es esto. No somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es sólo una organización vacía. Y en esto sed listos, porque el diablo nos engaña, porque existe el peligro del eficientismo. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficaces. No; aquello es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir”. En síntesis, menos hablar de pobreza y más de Cristo pobre en cada persona, y no tener miedo a mancillarse las manos haciendo nuestra la esperanza de los más pobres.