El acoso


En cuanto le echaron el ojo a Jacinto lo eligieron como víctima. Jacinto sonreía a todos, tímidamente, con el afán de agradar

I.- Cuando acabó el curso, Don Manuel, el maestro, llamó a su padre y le dijo:

–   Jacinto  ha acabado el bachillerato con brillantez; sería una pena  que dejara los estudios.

Se rascó la calva, sonrió, y remató:

– Debe ir a la Universidad. Se lo digo con toda sinceridad: no he tenido en treinta años un alumno tan inteligente y tan responsable.

El problema es que irse a la capital era un esfuerzo grande para la familia: porque la enseñanza era gratuita, sí,  pero el alojamiento y la manduca , no. Y ellos eran de familia de agricultores humildes, de esos que sudan sangre para llegar a fin de mes y sacan los dineros a fuerza de estrujar el pellejo. Además detrás venían tres hermanillos más, y si se le daban estudios a uno, habría que darles estudios a todos.

Además, el padre había soñado con contar desde ya con su hijo en el campo, que le echara una mano con el ganado y las labores  y él ir llaneado un poco. La vida era dura y él, el Padre, estaba muy castigado y ya no era como antes, cuando se pasaba bregando día y noche, sin rémora ni cansancio: ahora se quebrantaba mucho. Por otra parte, si el Jacinto se quedara podrían arrendar las besanas linderas de Doña Concha, la viuda, labrarlas y sacar buenas cosechas de grano y que la familia fuera más holguera en lo tocante a la economía….

 

Pero Don Manuel, el maestro, era muy testarrón:

– Sería un contradios que no fuera a la Universidad….

También medió Don Mateo, el cura, que, por su condición de presbítero,  era muy metijón:

– No te preocupes por los temas de dineros, que Dios proveerá…

Luego Don Mateo,  el cura,  se rascó la calva , sonrió, y  siguió relatando con no se qué de los lirios del campo y las aves del cielo y otras simbologías parecidas que le eran muy gustosas y que él sacaba  de sus evangelios y sus teologías….

 

Para colmo, su mujer, la madre de Jacinto,  también se puso a favor de mandar al niño a la Universidad, con que ya no había nada más que decir. Salvo  amén, claro.

 

La madre apretaba en sus raciocinios:

 

– Es obligación de los padres orientar lo mejor que puedan a los hijos. Además el campo ya no tiene futuro…

Y luego barría para casa, que ella era muy vanidosa de su familia de sangre :

 

– Yo creo que el Jacinto es tan listo porque ha salido a mi padre, que en Gloria esté…

 

II.- Jacinto se pasó el verano ilusionado con ir a la Universidad y seguir estudiando. A él, ciertamente, le atraía el saber. Pero también intuía los esfuerzos que ese cambio iba a suponer para la familia. Así que para anular ese complejo se esforzó todo el verano en colaborar con el padre : en segar el trigo del altozano, que en aquella zona era muy tardío; en hacer luego pacas de paja e irlas acopiando en el granero; en atender a las ovejas y curarlas de la mosca; en regar la huerta y recoger patatas y tomates; y sandías y melones…. Y eso a fuerza de madrugón va y madrugón viene, que en el campo, en verano, el calor no deja trabajar en el hueco del día y todo hay que hacerlo muy temprano.

 

Mientras tanto, el cura, movió sus hilos en el Obispado, y consiguió que le dieran plaza becada  en el Colegio mayor. Le dijo a Padre :

– ¿Ves como Dios provee….?

Y Padre, aunque no era hombre de Iglesia, ni rechistó, porque su sentido común le decía que algo debía existir  como responsable de  haber organizado el lío este de la Creación: que fuera Dios el artífice, o Buda o el Ramadán ese…ahí no se metía, pero que algo había era indudable.

 

Padre se lo comentó al cura :

 

– Mire usted, yo no tengo estudios, pero yo veo que hasta lo más simple tiene su motivo. De manera que la vida, que es cosa compleja, la ha tenido que crear alguien. Dios, Buda, o el Ramadán ese…ahí no me meto.

Don Mateo, el cura, se rascó la calva, sonrió, miro para arriba y dijo con una voz muy beatífica, claramente impostada:

 

– Te doy gracias Padre porque has enseñado esto a los pobres y sencillos….Sí, Padre, así te ha parecido mejor…

 

 

II.-  El Colegio mayor era de pago pero como Don Mateo tenía mano  en el obispado, el Jacinto pudo sentar plaza gratis, como becado.

 

Los universitarios veteranos  eran bastante cabroncitos y les gustaba embromar a unos y a otros y como el director era muy laxo en los controles, liaban unos pifostios considerables con los novatos.

 

Al Búho le decían el Búho porque tenía los ojos redondos y saltones; otros le decían el Sapo, por el mismo motivo . Había un compañero  al que llamaban el Marrano; y luego estaba el Cañas. Los tres formaban una terna de enteradetes que se mofaban de cualquiera. Como, además, tenían mal vino, a veces sobrepasaban los límites y entraban en el  territorio de la humillación.

 

En cuanto le echaron el ojo a Jacinto lo eligieron como víctima. Jacinto sonreía a todos, tímidamente, con el afán de agradar. Era algo así como el buen salvaje: pensaba que todos eran buenos. Pero Jacinto  tenía unos dejes muy brutotes. Y no terminaba las palabras, y no decía “ casa “, sino “ cajha “; y no decía  “ queso “, sino “ quezo “; y no decía “ adiós “ sino          “ adiooo” con la mandíbula muy  abierta, enseñando la oscuridad de la cavidad de la boca  con la campanilla revoloteando  al fondo.

 

Así que el Búho, el Marrano y el Cañas  la tomaron con Jacinto  y, cuando venían de sus juegas, le aporreaban la puerta y lo levantaban, y lo llevaban al jardín para que bebiera con ellos.  O lo amarraban a una cuerda, con otros alumnos, y lo paseaban  por los parques  de la ciudad. Y, cuando estaba estudiando, irrumpían en su cuarto y lo duchaban vestido y todo.

 

– Es para quitarte el pelo de la dehesa, debes agradecérnoslo, decía el Cañas.

 

Y, mientras tanto, Jacinto se agobiaba, porque él estaba en la ciudad para estudiar y sacar la carrera y todo a costa de Padre, que se deslomaba día a día, trabajando, para darle estudios. Y con los derroteros que estaban tomando las cosas, los suspensos estaban asegurados. Así que empezó a barajar la idea de abandonar los estudios, volver al campo, a las besanas, los hatajos y a las pacas de paja….

 

Pero antes fue a quejarse al Director  del Colegio Mayor;  éste no quería líos:

 

– Bueno, estas actitudes tienen su parte buena: luego fructifican en confraternización y compañerismo.

 

 

III.- Aquel viernes había estudiado hasta tarde porque la Filosofía del Derecho no le entraba en la cabeza. Rendido se acostó. Al poco aporrearon su puerta. El Búho, El Marrano y El Cañas venía de juerga. Lo amarraron con una soga y lo bajaron al comedor; allí había otros novatos arrinconados.

 

Y el Búho :

 

– Ahora os vais a subir a la barra y vais a ir bailando y os vais quitando la ropa, como si fuerais gogós.

El Cañas puso la música y los muchachos empezaron a subir.

 

A Jacinto le vino una frase, como una profecía que le soplara un santo  desde el cielo. Oyó con nitidez:

– Sin miedo ni a nada ni a nadie.

Se negó a subir a la barra y cuando se le acercó el Búho amenazante y lo agarró del pescuezo para subirlo a la barra,  le arrimó un puñetazo en plena boca. Cayó peloto.

El Cañas recibió otro mandoble. Liquidado también.

El Marrano salió de najas.

 

 

IV.- A la mañana siguiente el Director lo llamó a capítulo. La perorata fue insufrible, que si la agresión  no puede tolerarse, que si entre compañeros hay actitudes inasumibles, que si la violencia es el lenguaje de las bestias,  que si se estaba estudiando su expulsión del Colegio….

 

Jacinto lo miró a los ojos:

 

– Señor Director, estas actitudes tienen su parte buena: luego fructifican en confraternización y compañerismo.

 

V.-  Veinte años después….

 

El Profesor Jacinto Sánchez tomó un taxi para volver al Colegio Mayor donde había vivido durante sus años universitarios. Iba a dar una conferencia a los alumnos sobre las salidas profesionales que el mercado ofrecía a los estudiantes de Derecho. Un cúmulo de recuerdos se le agolpaban. Y de nostalgias. Y de sensaciones linderas entre la alegría y la tristeza.

 

Se acordaba del Búho, del Marrano, del Cañas…El Director tenía razón: después del incidente fueron buenos amigos. Pero la verdad es que él estuvo a punto de dejar los estudios por culpa de ellos. Se sintió íntimamente satisfecho de haber sabido reaccionar a tiempo.

 

Repasó las notas de su conferencia. Le obsesionaba ser claro, riguroso y ameno. Vio con satisfacción que tenía memorizado el esquema  de la ponencia.  Pero lo más importante era la enseñanza final. La releyó a media voz. Quería comprobar que le daba el énfasis necesario:

 

– A los jóvenes os quieren sometidos, os quieren sometidos con limosnas….Reaccionad, estudiad, formaos…sin miedo ni a nada ni a nadie. El futuro es vuestro. Y no tengáis miedo, jamás…

 

Entonces el profesor Jacinto Sánchez se acordó de su padre. Un ganadero, un agricultor, de la España vapuleada por la clase política, por los “ ecolojetas “ de moqueta y despacho, por los abusadores de siempre. Y se sintió triste.

 

Cerró los ojos pero , en vez de ver la oscuridad,  lo vio todo verde;  al abrirlos, se sentía aun triste. Triste, pero alegre a la misma vez. Y esperanzado. Y musitó:

 

– Reaccionad, estudiad, formaos. No tengáis miedo, jamás…