La ofuscación en los tiempos que corren


Ha crecido exponencialmente la tentación de emular a Casandra, “la que enreda a los hombres”

El entusiasmo con el que los bancos, las compañías del IBEX, los fondos de inversión y otros conglomerados macro financieros acogen la farfolla de la inclusividad, la resiliencia, la disforia de género, el calentamiento global, el culto al sobrepeso y las anomalías físicas, la inmigración ilegal, la sostenibilidad, el resentimiento antioccidental y el resto de los fetiches, shibboleths –chiboletes, los llamó Miguel de Unamuno— y obsesiones del presente, esa sospechosa amabilidad, ilustra a las claras qué sabroso interés llevan en la estrategia. Porque esas lesivas creencias, que las cabezas pensantes reconocen estrambóticas y que se agitan como metas fundamentales de la especie, llegan precocinadas desde arriba. Comportan insaciables actuaciones de ingeniería social movidas por un fin último evidente: enajenar nuestra voluntad, entrar a saco en la propiedad ajena, debilitar cualquier certeza o autonomía personal y pastorear nuestras esferas privadas, para inducirnos a cambios de conducta que engorden sus balances. ¿O alguno no ha notado todavía que Wall Street es Woke Street?

Miguel de Unamuno

Qué duda cabe de que las infecciones prosperan mejor en tejidos predispuestos. Donde hay una mentalidad crédula y postinera, ávida de banderas que abrazar y leyendas con las que identificarse, la propaganda más vistosa y retrechera alcanza sus mayores éxitos. Imposible vender un producto o mercancía ideológica a quien no esté predispuesto a figurarse que, adquiriéndolos, estará guapo y será distinto. Eso es de cajón. Pero también está lo que llaman el sesgo, que es enemigo de la ecuanimidad. Lo opuesto a la serenidad cognoscitiva. La inclinación previa y subjetiva, esa acucia incumplida que te puebla desde pipiolo, el ansia de resarcimiento, las ganas de que, para variar, la cadena de sucesos parezca darte la razón –a ti que no triunfaste y te quedaste atrás, a ti que “tuviste mala suerte”– excitan cada una de tus fibras. Por eso, cuando un afligido con tal tara encuentra una novedad incendiaria, el ardor renace de sus cenizas, se torna vengativo y apocalíptico, se estremece de gusto ante el potosí de intransigencia umbilical.

Wall Street

Supone dicho arquetipo que sus percepciones superan en agudeza a las de los demás, detectando los peligros inminentes con una clarividencia vedada a éstos. Siente que se ha echado sobre sus espaldas el destino del planeta y de las generaciones subsiguientes. Se contempla como emisario del bien y del saber oculto, cual el que criba una maraña de confusión y falsedad, animado por un fuego interior. No importa que ello lo separe de los espíritus corrientes. Al contrario. El desasosiego que bulle en él se le antoja un timbre de gloria, un estigma sublime, un tipo de caricia o recompensa.

El mecanismo descrito es observable y cunde. Vence con desparpajo a la prudencia, el análisis, la humildad intelectiva. Así, cuando barruntamos estar cogitando y expresándonos espontáneamente, quien habla y piensa por nosotros es una irascibilidad reactiva, una autodefensa interior. Un apetito de prominencia. Sí, cómo no, suponemos estar discurriendo y decidiendo por cuenta propia. Estar siendo lúcidos y bienintencionados. Demostrando que nos preocupan los demás. Mas quien mueve los hilos de la inconsciente marioneta es un geniecillo temeroso y travieso, seguro de su impunidad, agazapado en las sombras, acaso en algún recoveco de la infancia, barajando malentendidos que, vistos con ojos de adulto, serían majaderías.

Afirman normalmente que es crucial el aprendizaje y la formación del carácter en las primeras etapas, y que debido a aquellos pecados de omisión sería tan magra la influencia correctora de la educación en fases ulteriores. Para muchos, ya no es que se les torne cuesta arriba aprender, o desconozcan cómo rectificar. Es que carecen de la disposición a que les alteren sus fantasías, traumas y enfurruñamientos favoritos. Y ya si una regalona pedagogía progresista busca adoctrinar, enganchar al sujeto a una dopamina sintética que lo vuelva cliente asiduo del poder, miel sobre hojuelas. Que la televisión, las redes sociales y los demás artilugios digitales le inyectarán a diario sus dosis de refuerzo, haciéndole imaginar que cuando se prodiga hecho un Atila con nick por esos chats y foros, a modo de energúmeno con megáfono, se halla ejerciendo un derecho sagrado, mientras presta sacrificado servicio a la libertad de expresión.

Casandra

Posiblemente el Covid, que tiene tanto de asunto sanitario como de sugestión colectiva, unido a las secuelas del confinamiento, el bombardeo de informaciones especiosas y la histeria inducida por los gobernantes, haya contribuido a incrementar los niveles de crispación y solipsismo. Ha crecido exponencialmente la tentación de emular a Casandra, “la que enreda a los hombres”. Así, zaherir al prójimo con cajas destempladas, sostener que el propio punto de vista coincide con la realidad y proferir vaticinios catastrofistas se han convertido en tics persistentes. Pero el futuro no está escrito. Ignoramos si lloverá o no la semana que viene. Por enternecedor que sea el volumen de tiempo que invierten muchos dibujando las desventuras venideras y atestiguando su dolor por la implacable suerte que, añaden compungidos, les aguarda a los nietos de sus nietos. Es el suyo un boxeo de sombra. Un autoengaño que les hace sentirse nobles, valerosos y excepcionales. No como el común de los mortales, que persiguen el pan elemental de cada jornada.

Los partidos políticos que operan hoy en España encuentran natural el guerracivilismo que respiran. No porque les importe una higa la batalla del Jarama, sino porque entienden que exhibir otro talante implicaría, ¡ay, Carmela!, poner en riesgo las cosas de comer. Y eso, ni hartos de vino. Además disfrutan desahogándose en discursos contra el adversario, amplificando la mítica brecha entre un ellos y un nosotros y trazando delimitaciones taxativas entre la derecha y la izquierda, entre la extrema derecha y la derecha, entre el bien y el mal, entre la democracia y el fascismo, etc., compitiendo entre sí en rigor maniqueo y esgrimiendo cordones sanitarios a la manera en que un niño de escasas luces sacudiría una carraca. No hay más que ver cómo andan recibiendo al nuevo gobierno de Castilla y León. Ni que hubiera estallado el cólera en Valladolid. En teoría, los ciudadanos no estarían obligados a seguirles la corriente o hacerles la ola. Pero lo cierto es que estos animales políticos consiguen arrastrar a no pocos hasta su terreno, fidelizándolos como hinchas que compartiesen un fervor colectivo equiparable al del fútbol.

Gottfried Leibniz

¿Cuál sería el antídoto para esa afección? Obviamente, la sensatez, la ataraxia, el relativismo, la lectura de Sexto Empírico, el pararse a escuchar, la flexibilidad, el ponernos en duda. Asimismo, la capacidad de enmendar excesos y equivocaciones, una actitud optimista en el sentido de Leibniz y su concepto del mejor de los mundos posibles, sin por ello remedar al Pangloss de Voltaire. Pues en toda situación cabe identificar elementos ominosos y elementos esperanzadores. Una dolencia puede producir una respuesta sana. Una felonía es susceptible de estimular una reacción moral. La queja sistemática es obscena. Como el listo que llora esperando mamar. Pese a lo que pregonan, ser víctima no es una profesión honorable. Ni es de recibo esquilmar los fondos públicos regalando subvenciones fraudulentas a los gestores “desinteresados” de causas peregrinas y proyectos chuscos, aunque sean parentela. La santurronería lucrativa es otra variante de estafa dentro del ámbito extractivo, subsector de izquierda floreciente y munífica.

La guerra de Ucrania es el mayor drama europeo desde la Segunda Guerra Mundial (aunque pasma el despego doctoral con el que algunos la evalúan). Sin embargo, no se acerca ni de lejos a las masacres estalinistas, ni al holodomor o gran hambruna infligida por los rusos a los ucranianos, ni al exterminio de los judíos, ni a las devastadoras invasiones de territorios sometidos a la ferocidad de nazis o comunistas. Desde ese prisma, no diremos que no hay mal que por bien no venga, como según la leyenda concluyó Franco cuando la ETA asesinó a Carrero Blanco, pues sería de un cinismo y una crueldad insoportables. Sí en cambio que a lo largo de su devenir el hombre ha aprendido lenta e imperfectamente de tragedias, desastres, conflictos y sufrimientos terribles.

Desde ese ángulo, el ataque contra Ucrania no será una excepción. Una guerra caliente es bastante peor que una guerra fría. Por consiguiente, la humanidad responderá contra la barbarie putiniana creando anticuerpos. Aprendiendo lecciones que podrán no ser útiles de forma inmediata; pero que de seguro traerán réditos en el medio plazo. Perjudicarán a Rusia no menos que la corrupción perjudicará al PSOE o la mendacidad contumaz perjudicará a Sánchez: despertando anticuerpos que alimenten nuevas modalidades de salud. Esos efectos serán independientes de que el bando ucraniano adolezca de tachas o de que el PP nos suene a Gürtel. Que Putin sea enemigo de Soros, y Soros pueda inquietarnos, jamás exonerará a Putin. La enseñanza principal por extraer es que se debe huir del claroscuro, de las disyuntivas mecánicas, del apasionamiento airado.

Cotorras argentinas

Es primavera. Las lluvias de abril le han lavado la cara al paisaje. Luce esplendorosa la vegetación. El guirigay de las aves circunda nuestros pasos. Sus cortejos amorosos nos ensanchan el ánimo y alegran la mirada. Están las parejas de cotorras argentinas persiguiéndose en veloces acrobacias con rotunda determinación venérea. Las palomas, por su parte, ensayan a su estilo patoso esta eclosión de biología y vigor. Realizan equilibrismos a pares, emulando la verticalidad de los espectaculares tótems haida. Como se sabe, estas estructuras narran historias de una bella civilización que existió en la Columbia Británica, construyendo frases o sintagmas de genealogías familiares y fulgor genésico.

Totem Haida

Toca celebrar el despliegue y a la vez comprender que el crimen reside en la violencia contra otros, en invadir su país, matar a sus gentes, desposeerlos de sus bienes y destruir sus ciudades. Algo sin justificación ni perdón de Dios, lo mismo que el imperecedero pillaje que desde la remota antigüedad acompaña el desempeño cotidiano de prebostes de todos los pelajes. Nuestra crítica debería ir en concreto hacia ellos. Sin embargo, preferimos lo accesorio, lo intrascendente, lo decorativo. Nos inflamamos ante las palabras inicuas o inocuas que alguien profiere. O ante las calamidades imaginarias que asociamos a la perfidia de los maquinadores. Nuestra energía se pierde en combatir molinos de viento y quimeras virtuales, descuidando la intervención práctica o el auxilio efectivo a los perjudicados reales, así como la actuación contra quienes saquean, violan y asesinan.

Las grandes reacciones telúricas son inconscientes. La mano invisible del mercado, las mutaciones genéticas, el desarrollo de la filosofía política o de la moralidad no son lineales, ni las controla una mente individual. Acaecen mediante un proceder autotélico, impersonal, dimanado de una interioridad que propicia rutinas de modificación. Ello viene sucediendo desde el albor de los tiempos. El progreso ha sido ingente: bienestar material, expectativa de vida, intelección fecunda, emancipación gradual. Por eso, mostrar alguna gratitud por los dones recibidos a cuenta del sudor y la sangre de nuestros antepasados no sería un exceso.