El virus de los simios


Unos niños cuya lengua materna sea el español y desean que se utilice en su escuela no amenazan a nadie.

No es lo mismo dialogante que dialógico. El primero, el dialogante, es un fingidor que va de bondadoso y pregona aportar lo mejor de sí mismo. Adopta dicha baza negociadora, arguyendo el bien del otro, para llevarse el gato al agua. Sin esa estrategia, serían inviables la seducción política, comercial, erótica, retórica, publicitaria; el éxito del frescales sobre el memo, del dominante sobre el fofo, del arrollador sobre el pardillo. Para llevar el agua a su molino, el dialogante irradia apostura, se brinda a transigir con las flaquezas ajenas. Siempre que, tras haber repartido prebendas, las prelaciones estén claras. Aunque, si toca, asimismo estará dispuesto a sacar firmeza, a mostrarse pugnaz, cuando quien tiene enfrente sea remiso a ceder emociones y creencias, inasequible a ese diálogo que, degenerando desde Platón, concita a vencedores y vencidos.

El dialogante quiere tener la última palabra. Imponer su criterio mediante el lenguaje como primera opción, ahorrándose sudor y bofetadas. Habita un circo binario, en el que el bueno es él. Putin o Sánchez son arquetipos de hombres dialogantes. Zapatero “el del talante”, no digamos. Su “memoria histórica” es de Champions, cual su tino económico. Fidel Castro y su discurso de catorce horas, tan eruptiva proeza, supone el diálogo que no cesa. Las tiradas de tales ególatras poseen la contundencia de un huevo Songhua Dan. Huelen incluso peor, si bien sus palmeros, que son legión, las presentan como delikatessen.

Para nuestros gañanes periféricos, el nacionalismo excluyente es dialogante. La inmersión lingüística es dialogante. Perseguir el español en media España es dialogante. Apréciese el autocontrol del presentador cuando a un niño se le escapa una palabra en español en un concurso de TV3. Cómo camufla la herida la fe animista del torquemada, pese a enfrentarse a un horror parejo al del vampiro ante el ajo.  Admírese la contención, al cuidar la pureza. Empero, Ferdinand de Saussure postuló la arbitrariedad del signo lingüístico. Y, con ella, la no-santidad, la ausencia de entidad metafísica, la carencia de aura, del significante catalán, bable, castúo, panocho, batúa u hotentote. Sí, cualquier pueblerino exige su derecho a sentirse, siguiendo a Andy Warhol cuando habló de los diez minutos de fama, el ombligo del sistema solar. El esencialismo de cantón o barriada se figura que sólo en su reducto se da una correspondencia ajustada entre las palabras y las cosas, entre los sonidos y los conceptos, entre rebuzno y ente.

Ferdinand de Saussure

                Comprendamos a nuestra izquierda iconoclasta. Sufre la misma dolencia que un nacionalista étnico, que un afligido yihadista. Un aserto, una idea, un testimonio, un insolente hecho que contradigan el catón que llevan cosido a las tripas son atentados a su mismidad. Como Kichi en Cádiz, necesitan desmochar monumentos a la manera del ISIS, renombrar calles, arrancar la placa de Pemán de la casa natal de Pemán, que cómo se le ocurrió nacer en ella y ser Pemán, un genio, un varón cabal, un alto escritor, un amigo entre posturas enfrentadas. Precisan extirpar del abanico de percepciones de sus ciudadanos cuanto les recuerde que hay caletre, civilización y cultura más allá del catecismo del alcalde. Su lucha es contra la realidad. Ansían una burbuja única, suya, monocolor, en la que no se les desmienta. Es su apelación al diálogo, de besugos.

José María Pemán

                Claro que la damnatio memoriae no la inventaron Kichi o Zapatero. Se practicó asiduamente en Egipto o Roma. Nuestro sabor local estriba en que aquí se la aplican los pigmeos a los gigantes, los mindundis a los sabios, los feos a los guapos, los primates a los sapiens. No es un mero giro amnésico en el caudillismo común. Es una lucha de clases que codicia la irreversibilidad. Por eso, los profesores se ven forzados a premiar a sus alumnos más zopencos, mientras se les amenaza con la expulsión del sistema de enseñanza si no se avienen a recitar –pongamos en Biología o en Historia– que lo blanco es negro y que la mentira es verdad, en plan 1984.

                El dialógico, por el contrario, escucha genuinamente. Busca fraternidad, síntesis, el ángulo de visión del otro. Por pragmatismo. Por bricolaje epistémico, desea abrirse a la razón ajena. Aprecia la complementariedad. Empatiza. No por venderle una burra al prójimo, sino por curiosidad y salir de su cáscara. Lo que ha faltado en España este último medio siglo. Historiadores de aliño, politicastros, intelectuales y bufones de la ceja han exhibido un cerrilismo que deja en mantillas a los talibanes. Se han zampado el pastel sin admitir a otros comensales. Exprimiendo la pazguatería, poquedad y vagancia de una derecha cuyo lema es dame pan y llámame tonto. Han triturado cualquier punto de vista o evidencia documental distintos a su doxa. Se han regodeado en el relato, borrando sus crímenes, culpando al capitalismo, a la Iglesia, a la Monarquía, al sursuncorda de todo. Se conducen como el crápula más garbancero de Galdós. Medrar sin resistencia alguna durante tantos años los ha vuelto parásitos malcriados.

Benito Pérez Galdós

Ahora que se insinúa un cambio de paradigma, se confirma cuánto vale la cháchara del diálogo. Algo que suena a narcoguerrilla blanqueada, a etarras campando en las instituciones, a las cursilerías mendaces de Yolanda Díaz. Vislumbramos el mérito de su antídoto, lo dialógico. Si el lector desea profundizar en la vertiente dialógica, haría bien en acudir a la última y convincente encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti. Lo que, fiel a su franciscanismo, allí recomienda el Pontífice es ciertamente la dimensión fraternal. No la Fraternité de la Revolución Francesa, consistente en guillotinar y ultrajar, sino la que pretende incorporar a todos, renunciando a la prepotencia frentepopulista, dogmática, violenta y tergiversadora.  

                El dialogante es un vendehúmos que aspira a tener razón e implantar sus clichés. Habita un orbe maniqueo, cainita, guerracivilista. La confrontación le da gustito, cual si fuese un deporte para bajar peso o un sucedáneo de las conquistas venéreas que le fallaron. Es frecuente en esos ancianos petardos y verbosos que aún pululan, de origen falangista y tenue sustrato intelectual, que con cada año cumplido se tornan más adeptos de la izquierda. De lo que en su regresión apocalíptica, de cascarrabias al pie de la tumba, columbran más efectista, radical y vengativo.

                Ah, las nuevas caretas de la vieja izquierda. Cuando vemos a jóvenes universitarios norteamericanos, espigados, rubios y multimillonarios, arrodillarse en el suelo para besarle los zapatos a un negro que pasa, apreciamos cómo daña las neuronas el exceso de mimo. Que si en algún momento les peta desfogarse, siempre podrán quemar ejemplares de Huckleberry Finn, derribar estatuas de Cristóbal Colón, demonizar a J.K. Rowling como “TERF” o expulsar –como sus homólogos británicos—a Kathleen Stock de su puesto en la universidad. Como es notorio, se trata de una filósofa analítica, lesbiana y feminista, una dama respetable, que en 2021 tuvo la osadía de publicar Material Girls. Why Reality Matters for Feminism. ¿Cómo va a importarle la realidad a estos cantamañanas, con el presupuestazo que maneja Irene Montero? Siéntense además políticamente correctos: al lado del poder, las agendas globalistas, las políticas oficiales, los fondos de inversión. No cabe “rebeldía” juvenil más descerebrada, ni delirio más contrafáctico, ni sumisión más perruna.

Kathleen Stock

                Si en Ucrania asistimos a un caso clásico de ultima ratio regum, de la guerra como continuación de la política pace Carl von Clausewitz, con la Agenda 2030 y su aplauso por parte de la juventud enajenada asistimos a su reverso: al diálogo como continuación de la guerra por otros medios. Así, ya no se requieren la esclavitud o la dictadura del proletariado para, bajo la coerción y el miedo, someter al pueblo, sino que éste se coloca sus grilletes voluntariamente, por pulsión de masa a lo Canetti. Si conviertes en diversión y lucro el linchamiento de una minoría designada, fomentarás sin esfuerzo la histeria colectiva. ¿Quién va a elegir ser judío, pudiendo ser ario? ¿No es placentero el furor de quien humilla, censura, persigue o “cancela”? Kichi y la placa de Pemán. Ejemplo de libro.

                El motivo por el cual el liberalismo es minoritario estriba en que el respeto a la libertad ajena es minoritario. El seguidismo borreguil luce más atractivo para esa inmensa mayoría que jamás aprobaría el decálogo de Bertrand Russell:

  1. No estés absolutamente seguro de nada.
  2. No creas conveniente actuar ocultando pruebas, pues las pruebas terminan por salir a la luz.
  3. Nunca intentes oponerte al raciocinio, pues seguramente lo conseguirás.
  4. Cuando encuentres oposición, aunque provenga de tu pareja o de tus hijos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria.
  5. No respetes la autoridad de los demás, pues siempre se encuentran autoridades enfrentadas.
  6. No utilices la fuerza para suprimir las ideas que crees perniciosas, pues si lo haces, ellas te suprimirán a ti.
  7. No temas ser extravagante en tus ideas, pues todas las ideas ahora aceptadas fueron en su día extravagantes.
  8. Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva, pues si valoras la inteligencia como debieras, aquélla significa un acuerdo más profundo que ésta.
  9. Muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla.
  10. No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad.
Bertrand Russell

Con todo, puede el dialogismo aspirar a algunas leyes objetivas. No matarás, no robarás, no pisotearás al prójimo, ni le harás lo que no quieres que te hagan a ti. No invadirás su casa, ni su país. Se comprende que un revolucionario no se adapte, pues la recompensa a su trabajo es siempre el botín, hacerse con las propiedades y las hijas de sus víctimas para reinar como un tartufo. Recordemos el harén de adolescentes campesinas de Mao Zedong. Jamás se dio embate oprobioso o totalitario sin la música y la letra de esa rancia coartada. Por eso el Papa Francisco, que en modo alguno despliega un pensamiento ambiguo, recuerda que Jesucristo anunció traer la espada antes que la paz. Que la paz sea un anhelo casi absoluto no conlleva que no quepan excepciones, como combatir al agresor, al malvado, al asesino.

Por supuesto que una autodefensa ha de ser decente. No como cuando Hitler invadió Polonia para defenderse de la supuesta hostilidad polaca. Poseer un sistema filosófico, económico y social superior a otro, proyectando un ejemplo mejor que convence de las bondades de imitarlo, no agrede a nadie. Unos niños cuya lengua materna sea el español y desean que se utilice en su escuela no amenazan a nadie. El monocultivo obligatorio del catalán no es autodefensa. La libre competencia hace avanzar a la humanidad. Los casi mil asesinatos del separatismo vasco y la diáspora forzosa de cientos de miles de vascos honrados no constituyen una defensa legítima. Eso es como si un violador adujera que está defendiendo su lujuria doliente, o un atracador que está defendiéndose de la pobreza. El asesinato del ingeniero José María Ryan Estrada para detener las obras de la central nuclear de Lemóniz no fue una defensa del medio ambiente.

John Donne

Es hora de ser dialógicos. Sánchez y Putin nos emplazan. Habrá que incorporar a sus desnortados acólitos, pero sobre la base de una asunción de culpas. Desasnar con cariño, como en la Alemania de 1945 (que lo saldó con manga ancha). “Ningún hombre es una isla”, exclamó John Donne. Depende. Cada cuerpo es una unidad discreta, y en cada cuerpo se sitúa una mente, un revoltijo de apetencias y ensoñaciones. Esa diversidad existente en los cuerpos y sus contenidos mentales espabila en situaciones de guerra o colapso económico. La herencia de Putin y Sánchez, y sus monaguillos. El hermanamiento sano nace del conflicto, de la necesidad. El liberal, como el dialógico, reconoce lo dado. Por ello impulsa la creación de condiciones que concilien y acompasen, de modo equilibrado –pues solemos considerar justo lo que nos conviene, e injusto lo que nos perjudica—las discordancias naturales.