Libertad, sumisión y estolidez


Macarras de hoy en día, de labia y casoplón.

¿Por qué el liberalismo se contrapone al comunismo, y por qué son comunistizantes y no liberalizadores, de odio insensato y no de justificada alegría, estos tiempos que habitamos, tiempos que son, a no dudar y de forma abrumadora, los más afluentes, beneméritos, abiertos, y malacostumbrados de la historia del hombre? La respuesta, abandonado el obrerismo por indignada defección de aquellos que iba a salvar el paternalismo progresista, se aloja en las falacias de la “identidad”, la última ocurrencia para desprestigiar el mensaje liberal. El más prístino, civilizado y generoso que se haya alumbrado, porque la humanidad no ha cesado jamás de mejorar. Por haber sabido conquistar nuevas cotas de libertad. Nuestro ideario kantiano, el de la democracia ilustrada.

Éste reside en el mérito, la igualdad ante la ley, la justa asignación de recompensas al trabajo y el esfuerzo sin padrinos, coimas o enchufes. Como los que reinaron durante cuarenta años en el sistema socialista andaluz, que parece hemos de bendecir porque barría para los amiguetes, probos hijos y nietos de franquistas que cultivaban el rancio familismo amoral de sus ancestros. Pues no es eso. El trigo limpio es algo que cualquier trabajador honrado aplaude, si va a cuerpo gentil. Pero también algo que irrita a cualquier parásito, pariente o convenido. Que por ello somete tan indiscutibles virtudes a una inversión semántica orwelliana, trocándolas en fetiches del mal. Las vueltas que da la izquierda. Es que no puede dar más vergüenza. Menudo desengaño para quienes la sostuvimos, tras iniciar su deambular descalificando –vemos ahora con qué hipocresía y con cuán tóxica envidia—los hipotéticos abusos de otros, que parece no eran para tanto, porque in albis alimentaron este desenlace marxiano, teniendo la sartén por el mango. La escopeta del buenismo, amén de apuntar fatal, es de bestial retroceso.

. Como los que reinaron durante cuarenta años en el sistema socialista andaluz, que parece hemos de bendecir porque barría para los amiguetes, probos hijos y nietos de franquistas que cultivaban el rancio familismo amoral de sus ancestros.

No es baladí hablar de posmodernismo o de posmodernidad. Son nombres para la ignominia cenutria. Es la salad bowl frente al melting pot; la macedonia de frutas y no el guiso ligado; la multiplicación de guetos por categorías irreconciliables en vez de la armonización de la diversidad; la cristalización malvada y contraproducente de la desigualdad y de la asimetría, antídoto y refutación del republicanismo clásico, el de siempre, el decente. No lo llamaremos jacobino, porque esos arrogantes majaretas eran unos matones desquiciados. No hay nada más edificante, triste y aleccionador que leer al portentoso Stendhal para apercibirse de que la condición humana es estable, santurrona, aleatoria, posibilista. Bien poco platónica. Razón de más para no transigir con estos caraduras, manchen las siglas que manchen. Que cada palo aguante su vela. Pero que los corruptos pueblerinos de derecha e izquierda no vengan imitando como monitos la última majadería canadiense, porque dan doble pena.

Stendhal

La herramienta central, en esta época, según se confirma sin luces ni memoria, es persuadir a cada cual de que va a recibir más por cuota identitaria que a resultas de su laboriosidad y desvelo. Y pregonar que, si los cazurros caciques le adjudican algún marchamo de victimización, detraerán a otros, como castigo a la “privilegiada” condición de éstos, las prebendas que para dicho beneficiario sin arrestos constituirán esa suerte de ganancia inesperada que los anglosajones denominan windfall, una propina que te cae por las buenas, algo no devengado en buena lid o con esmero, sino por los trucos y la demagogia de la superioridad. Dato que nos evoca aquella famosa aritmética del presidente Zapatero, el mago del “pensamiento Alicia” descrito con paciencia por nuestro amado Gustavo Bueno, relativa al reparto de los dineros por autonomías, cuando el charlatán leonés proclamaba tan ufano que, bajo sus matemáticas chavistas, todas las autonomías iban a salir ganando e incrementar sus fondos. ¡Menuda antigualla, pensar que el 100% de algo es el total de algo, y en consecuencia obliga a asignar los recursos con solvencia y mesura!

Gustavo Bueno

Los émulos del contador de nubes suelen partir de una “realidad” elástica, en la que, por su antojo, todo es estirable. La llamada Teoría Monetaria Moderna, en versión del hermanísimo Garzón, ese dizque economista, predica que basta con imprimir billetes para satisfacer las necesidades. No se comprende, así el argumento, que su compañera Yolanda Díaz, la prologuista del Manifiesto comunista en su versión reciente, avale usar la violencia contra los burgueses a la vista de una previsible renuencia a ceder su patrimonio a los comunistas de chándal. ¿Será que, pese a cultivar el pensamiento Alicia para su propaganda, en el fondo dichos pimpollos leninistas creen en lo contante y sonante, en el aquí te pillo aquí te mato? En cualquier caso, estas caritativas teorías del multiculturalismo, el feminismo, el antirracismo, la inmigración ilegal, etcétera, al final acaban en lo mismo: en negar los mimbres para idear, crear y recoger los frutos de tu trabajo, y de compartirlos con tu prole, para imponer un saqueo, una requisa, una comodísima exacción, manu militari, de los panes y los peces ajenos.

Se aprecia, por consiguiente, que estas contabilidades imaginativas son una filfa. Fuera del sermón izquierdista, los perros no se atan con longanizas, sino que la gente come lo que pilla una vez que los providentes jefes se han zampado las proteínas. ¿O Sánchez es Teresa de Calcuta y veranea en un camping solidario? En otras palabras: si prohíbes la libertad, le quitas lo suyo a los que trabajan y se lo das a los que no rinden, ¿quién se despeinará? ¿No preferirá extender la mano? Penalizar a los virtuosos en beneficio de los que lo son menos parece una opción sin gran futuro. Pero ese infantilismo se ha abierto camino en el primer mundo. Ocupa las salas de relajación, bien enmoquetadas y surtidas de avituallamiento y tranquilizantes, en las que los universitarios norteamericanos cuyos padres pagan un fortunón de matrícula puedan refugiarse unos minutos si en clase de literatura ha salido un negro esclavo, un niño hambriento o un perrito atropellado, para recuperarse del trauma.

Fuera del sermón izquierdista, los perros no se atan con longanizas, sino que la gente come lo que pilla una vez que los providentes jefes se han zampado las proteínas.

¿Qué estamos logrando, salvo reírnos de su estupidez, al psiquiatrizar, patologizar y comunistizar, en formato caviar, a mesnadas de bobos de esta laya? En el muy corto plazo, que es el único que preocupa a líderes y timadores, porque es el que media entre la fructificación lucrativa del engaño y la urgente huida que se les tornará aconsejable, cabe cualquier creencia disparatada, sobre si todo desconoces qué fue la vida cotidiana en el este de Europa, gris y sórdida como jamás lo fuera antes de que la bota soviética humillara sociedades tan esclarecidas como la de Hungría, hoy en un noble ascenso. Lo mismo que cuando se sobrepusieron a los turcos, a los austríacos o a los alemanes.

Imre Nagy

Es que hasta sus héroes comunistas fueron patriotas de estatura. Ahí está Imre Nagy, ahorcado en 1958, por su tozuda resistencia a lamer el suelo ante los rusos y la dogmática totalitaria, ya con Stalin muerto. Podría haber quedado como un dios, un aliado respondón, un anciano de historial más que venerable. Le ofrecieron todo si callaba y consentía. Prefirió el honor de entregar la vida y no dejarse humillar. Todo el país lo quiere y lo admira, aunque fuera ejecutado en secreto y su cuerpo hecho desaparecer. Las ratas que ejecutaron tal proeza no se han extinguido. Sus descendientes son tertulianos plutocráticos. Macarras de hoy en día, de labia y casoplón.